lunes, 4 de abril de 2011

Políticas Culturales Homeopáticas.

Decía André Malraux que la política es a veces como en la gramática, un error en el que todos incurren finalmente es reconocido como regla. Pues bien, desde hace muchos años hemos incurrido en un error que se ha convertido en regla, y que recientemente se ha puesto de manifiesto en varios medios de prensa en las islas a raíz de algunas de las conclusiones extraídas del documento de análisis del Plan estratégico de la cultura en Canarias, y que no es otra, que la administración pública es el principal soporte de la cultura en esta tierra. Esta afirmación, basada en el estudio de la realidad cultural canaria es del todo evidente, y por tanto, no resulta interesante, ya que es por todos conocida y que creo no necesario abrir ese debate, ya que aburre.
Con la política cultural en general nos ha pasado lo mismo que con el abuso de los antibióticos, ya no surten efecto en un cuerpo enfermo. Hemos hecho mal nuestro diagnóstico diferencial, suministrado al paciente -a través de un gasto mal planificado y una megalomanía constructiva- una ingesta masiva de grandes obras y equipamientos culturales a los que siempre van los mismos. Si observamos atentamente los públicos de los distintos espacios culturales que existen en la geografía canaria -e incluso en algunos lugares de la España peninsular- pasa lo mismo que con las consultas en los centros de salud, son las mismas caras que vienen a por su dosis de medicación. Siempre habrá alguna cara nueva, pero son simplemente enfermedades temporales, e incluso algún enfermo accidentado que va a por su parte de baja o de alta.
Ahora con el recorte presupuestario que sufre la cultura, pasaremos en algunos casos a consumir una suerte de medicamentos genéricos con el fin de ahorrar, es la excusa perfecta para decir no y ser más clientelistas si cabe, la crisis nos obliga a ahorrar y a destinar el dinero público a urgencias más necesarias, ese es el discurso. 
Que tiempos aquellos -piensan los de siempre- donde daba gusto ir a una inauguración de una exposición y hartarse de canapés, donde lo que menos que importaba era sobre quién versaba tal o cual exposición, ahora tomamos cervezas y papas fritas de paquete, aunque seguimos siendo los mismos, eso sí más ajados, decrépitos y snobs. Quizás esta situación sea más dramática en los municipios de las islas, donde se está sufriendo un cierto retraimiento de la programación cultural. Desaparecen algunos festivales, ciclos, se cierran equipamientos culturales por no poder pagar el personal, e incluso en algunos lugares los gerentes de esos espacios no tienen ni para pagar la luz.
Sin embargo -y salvo la demagogia de ciertos políticos de esta región- es posible que esta crisis no venga bien a todos. ¡Llegó el momento de la homeopatía!. La teoría de la homeopatía sostiene que los mismos síntomas que provoca una sustancia tóxica en una persona sana pueden ser curados por un remedio preparado con la misma sustancia tóxica, siguiendo el principio enunciado como similia similibus curantur. Entíendase aquí como sustancia tóxica aquellas manifestaciones culturales que nos hagan ser más críticos con la realidad que nos rodea, por tanto más autónomos y más libres. En otras palabras llegó el momento de una política cultural en pequeñas dosis, donde la sustancia tóxica tenga la suficiente calidad, rigor y planificación, que haga curar a muchos individuos enfermos que ha sufrido los ataques de un virus conocido como populismo cultural, con una sintomatología que se manifiesta a través de propuestas culturales de muy baja calidad artística y cultural, con precios muy por encima de su valor real de mercado y que no permiten la entrada de nuevos talentos. La homeopatía define la potencia de sus remedios de acuerdo al número de diluciones: cuanto más diluidos estén, más potentes se les considera. Es el momento por tanto de diluir y formular remedios más potentes para combatir una manera de hacer cultura, que se encuentra enferma, presa de malos gestores culturales de los público -me refiero sobre todo a los políticos que se encuentran al frente de muchas administraciones públicas, a muchos pseudo programadores artísticos que sólo miran por su propio ego y bolsillo-  donde los creadores y la ciudadanía tomen el mando, y aquí no me refiero a los creadores de siempre bajo la falda de los políticos de turno y a los falsos movimientos ciudadanos politizados. Es momento de ser más exigentes y solicitar verdaderos profesionales, no de médicos charlatanes atrincherados en la supuesta legitimidad que le otorgan las urnas. 
Ahora más que nunca las políticas culturales deben ser homeopáticas.

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