Lo reconozco, no estoy siendo muy disciplinado con este blog, aunque tengo una excusa para ello, últimamente paso las tardes y algunas noche releyendo a algunos pensadores-escritores franceses, sobre todo a Albert Camus y André Malraux. En su momento, han sido pensadores que estaban de moda, su obras se encontraban en la mesa de noche de cualquiera que tuviera un poco de inquietud intelectual. Estos “gavachos”, tan chovinistas ellos, y sin embargo nos han dejado un legado tan importante de reflexiones en torno a la cultura y a las políticas culturales que realmente abruman. En este mes de agosto, y en esta noche de calor, quiero proponer un juego. Voy a sustituir en un texto de Albert Camus, algunas palabras del escritor que pondré entre comillas para su mejor comprensión, y que cada uno saque sus propias conclusiones.
Un sabido oriental pedía en sus plegarias que la divinidad tuviese a bien dispensarle de vivir una época interesante. En todo caso, no admite que podamos desinteresarnos de ella. “Los gestores culturales” de hoy lo saben “y no refiero aquí al gestor cultural enchufado, asesor y demás pseudogestores culturales que pululan por ahí”. Si hablan, se les critica y se les ataca. Si por modestia, se callan, solo se les hablará de su silencio, para reprochárselo ruidosamente. En medio de tanto ruido, “el gestor cultural”, no puede ya esperar mantenerse al margen para perseguir reflexiones y las imágenes que le son gratas. Hasta ahora, para bien o para mal, la abstención siempre ha sido posible en la historia. Quien no aprobaba algo, podía callarse o habla de otra cosa. Hoy, todo ha cambiado y hasta el silencio cobra un sentido temible. A partir del momento en que hasta la abstención es considerada como una elección, castigada o elogiada por “tal o cual político”, quiera o no está embarcado. Embarcado es más preciso que comprometido. Pues para “el gestor cultural” no se trata, en efecto, de un servicio voluntario, sino de un servicio militar obligatorio “durante algunas legislaturas”. Todo “gestor cultural” esta embarcado en la galera de su tiempo. Debe resignarse a ello, aunque estime que esta galera apeste a arenque, que los comieres son demasiados generosos y que, además, sigue un rumbo equivocado. Estamos en medio del mar. “El gestor cultural”, como los demás debe remar, sin morir, si es posible, es decir, sin dejar de seguir viviendo “y proponiendo el rumbo correcto”.
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