lunes, 4 de abril de 2011

Mobbing.

Ahora que se acercan las elecciones, me planteo algunas cosas que tienen que ver con nuestra profesión y de las cuales nunca se habla –quizás por vergüenza y sólo en determinados foros- que tiene que ver con ese anglicismo puesto de moda bajo la palabra de mobbing y que traducido a lo más castizo de nuestro idioma, significa, acoso en el trabajo o eufemísticamente psicoterror laboral. Vamos que te hacen la cama, la puñeta, el vacío, te ignoran, insultan y demás palabras que esas si entiende todo el mundo y que están a la orden del día.
Dicho esto, sufrimos mobbing por parte de los políticos de todos los colores y pelaje, a los que no tenemos más remedio que obedecer, pese a su falta de criterio, conocimiento y ética sobre esta más que digna profesión. Mobbing de otros compañeros que no tienen otra forma de progresar sino pasando por encima de otros colegas de trabajo, dejando un reguero de cadáveres a su paso, sin importarles lo más mínimo sus formas y comportamientos. Mobbing por parte de la ciudadanía que nos culpa de los errores que son fruto de una mala gestión política y de la ineficacia de una administración que no está creada para poder gestionar la cultura. Mobbing por parte de los artistas y creadores que creen que no les escuchamos y que actuamos como cancerberos de la cultura impidiendo  que sus trabajos vean la luz. Mobbing por parte de pseudo profesionales metidos a gestores culturales, que invaden nuestro espacio de trabajo, asesores de no se sabe bien que, periodistas metidos a gestores, filólogos metidos a conservadores de museo o directores artísticos.  Mobbing por parte de directores artísticos que cobran una pasta gansa y que se convierten en censores y guardianes del buen gusto, sin importarles nada los públicos, las personas que trabajan con ellos. Mobbing por parte de los gestores culturales y políticos de otras administraciones públicas o privadas que ven en el otro un enemigo al  que hay que desacreditar de cualquier manera, para justificar así  su incompetencia. Mobbing por parte de productores, managers y demás profesionales que nos acosan hasta la extenuación, para que contratemos a artistas mediocres y de medio pelo que sólo buscan un rápido beneficio a cualquier precio. Mobbing por parte del personal directivo de empresas públicas, organismos autónomos y demás espacios, donde impera la ley del más fuerte y donde lo que menos le importa es que le gente se cultive y salga contenta.  Mobbing por parte de los críticos que como estómagos agradecidos que son de determinados intereses, agreden por escrito y por la boca a todo aquello que no pasa por el aro de sus intereses. Mobbing, mobbing, mobbing.  
Quizás suframos una suerte de síndrome de Estocolmo, o la negación de aquella persona que se siente vejada y por vergüenza lo calla durante una penosa y larga vida profesional. ¿Cuándo nos dejarán hacer nuestro trabajo en condiciones? ¿Por qué nos niegan el derecho hasta de equivocarnos? ¿Por qué opina todo el mundo de nuestro trabajo, sin tener elementos de juicios suficientes para poder juzgarnos? Y así una retahílas de preguntas que nos podemos llegar a hacer.
Esta crisis económica y de valores, nos pasará factura, ya no volverán los tiempos de las vacas gordas y esos hará que seamos cada vez más acosados desde todos los frentes. Seremos una especie de chivo expiatorio, de excusa, de patito de feria al que habrá que  disparar. Tenemos la obligación de prepararnos mentalmente para poder soportar una situación cada vez más complicada. Quizás estemos en disposición de decir que más que de gestión cultural, nos dedicaremos a la indigestión cultural.

El Star System.

Llevo ya algunos años asistiendo como alumno, ponente, moderador, y un largo etcétera, a cursos, congresos, seminarios, postgrados, jornadas, ferias y demás fórmulas de compartir y recibir información. Con conocimiento de causa y gastados unos miles de euros en estos menesteres, observo que siempre somos los mismos -o mejor dicho- que siempre son los mismos ponentes, oradores, expertos, especialistas que imparten esta liturgia, mientras los demás asistimos religiosamente a esta representación teatral, en el que a lo largo de los años, se ha ido modificando muy poco el discurso.  Entono el “mea culpa” sigo asistiendo a estos lugares, quizás por miedo a oxidarme y a veces con la esperanza de encontrar algo nuevo. Ahora con la crisis algunos se han vuelto un poco más reivindicativos en cuanto al valor de la cultura como generadora de empleos, sinergias y demás eufemismos -de cara a la galería solamente-. Este reducido grupo de privilegiados han venido a convertirse en una suerte de “Star System” de la Gestión Cultural a escala regional -hablo de Canarias- nacional e internacional, como si de estrellas de Hollywood se tratara. Si observan con detenimiento las programaciones de los cursos, congresos, seminarios, postgrados, jornadas o ferias, aparecen recurrentemente los mismos nombres, con los mismos temas, discursos, chascarrillos y anécdotas años tras año. La cosa es bien sencilla -coloquialmente hablando- tu me llevas aquí que yo te llevo allí. De esta manera y además de acumular puntos en la tarjeta de Iberia Plus, se llenan los bolsillos con sus dietas y emolumentos a cargo de los pagos de las tasas o matrículas y sobre todo a costa del erario público que subvenciona muchas veces este tipo de acontecimientos formativos. Ocasionalmente actúan como padrinos o madrinas de algún que otro nuevo actor que sirve para perpetuar el sistema. Simplemente les invito a que naveguen por la red y que cada uno saque sus propias conclusiones. Luego van por ahí sentando cátedra y criticando de la falta de ayudas para la cultura, cuando son los primeros en fagocitar el dinero destinado a ella. Incluso, algunos son funcionarios que se ganan un sobresueldo participando en estas acciones formativas. Es duro decirlo pero, la enseñanza de la gestión cultural se ha convertido en un negocio muy lucrativo y totalmente oligárquico donde muy pocos se reparten el pastel. No en todos los casos, pero en una inmensa proporción, no contentos con ello, controlan algunas asociaciones o colectivos de gestores culturales donde el control es total, interesado y tiránico. Además se convierten en asesores de políticos, ministerios, consejerías, y demás administraciones públicas, ganando con ello mucho dinero, sin que la función pública mueva un sólo dedo. Comisiones -en dinero o en especies- por recomendar tal o cual libro o manual, colaboraciones académicas y profesionalmente dudosas en publicaciones, engorde de currículum vitae, son algunas de las prácticas empleadas. Mi pregunta es la siguiente. Con los más de veinte años -sólo en España- de acciones formativas en gestión cultural ¿no hay sabia nueva o un relevo generacional de docentes?. Si esto es una profesión ya consolidada... ¿Que hacen profesores universitarios dando lecciones sobre planificación cultural, o de programación, cuando en su vida profesional nunca han participado en acciones de este tipo?. ¿Cómo es posible que la universidad española realice estudios o encargos sobre determinados sectores culturales, cuando existe una iniciativa privada capaz de hacerlo y encima mucho mejor?. ¿No es esto competencia desleal?. De la misma manera que hacen trabajadores públicos -personal funcionario o laboral- trabajando por la mañana en lo público y en las tardes en el ámbito de lo privado a cuentas del mismo dinero público. Evidentemente hay notables excepciones y magníficos docentes, pero no son la norma. En fin creo que con la edad se me está agriando el carácter.

Falta de ideas.

Domingo por la tarde, ¿qué hacer?... Teatros cerrados, auditorios con horarios inapropiados para personas con hijos pequeños y propuestas aburridas intelectualmente, museos de arte contemporáneos con programaciones “outlet”, museos con la misma exposición de siempre, bibliotecas cerradas o en su defecto convertidas en salas de estudio, espacios alternativos con horarios funcionariales, centros culturales del barrio cerrados por falta de recursos, cines de programación alternativa que de alternativo tienen solo la butaca, festivales de distintos pelajes que dejan pingues beneficios a sus promotores que les permiten vivir todo el año de las rentas públicas… vamos lo de siempre. ¿Será la consabida crisis?. Creo que no, la crisis es la excusa perfecta, pero no la única de las causas para este encefalograma plano cultural. No hay dinero, "pasta", “guita”, “morocota”, se repite por ahí como un mantra. Y esto no es del todo cierto, también hay una tremenda falta de ideas, de compromiso, de riesgo por parte de todos los agentes del sector (públicos, gestores, programadores, artistas, productores, etc..).  Faltan ideas, porque existe una enorme endogamia cultural en las islas. Es curioso, siempre son los mismos los que taponan, cierran o cercenan el poco aire fresco que corre.  No nos dejemos engañar por ver algún que otro rostro nuevo con gafas de pasta de diseño, ya que son las nuevas generaciones de los mismos, hijos de su padres, transmisores de sus genes. Resulta espantoso comprobar que en el día a día, existen estrechas relaciones de parentesco, de amistad, de intereses económicos, políticos, empresariales, entre políticos y artistas, entre gestores y creadores, entre programadores y artistas, entre promotores privados y políticos, entre determinados públicos y determinadas propuestas, entre medios de comunicación y gestores; en definitiva, de una manera o de otra, todos estamos implicados e infectados de una suerte de consanguinidad cultural. Me explico, si la consanguinidad es la relación de sangre entre dos personas, los parientes consanguíneos son aquellos que comparten sangre por tener algún pariente común, cuanto más próximos, si interactúan sexualmente, pueden aparecer problemas genéticos. Traslademos estos problemas de la genética al mundo de la cultura y observaremos esas mutaciones que podrían con los pelos de punta al propio Mendel. No es misión aquí de contar los distintos casos que muchos conocemos a lo largo y ancho de estas tierras y allende de los mares. Aunque ya no es momento de mirar a otro lado, así nos va y no contentos con ello los vamos transmitiendo de generación en generación, empobreciendo cada vez más los genes que propagamos. Estas relaciones consanguíneas son fruto de la copula de los distintos operadores culturales y resultado de ello nacen creaciones artísticas, políticas culturales, modelos de planificación cultural, procesos formativos, equipamientos culturales, festivales varios, y demás seres con un cierto nivel de retraso mental, autismo y demás malformaciones que vemos día tras día. Nacen también algunos hijos bastardos que sus padres luego encierran en un sótano avergonzados por el engendro gestado y alumbrado bajo cesárea.  El aviso esta dado, luego que no se asusten por las criaturas que engendramos y lo peor de todo la herencia que dejaremos a la cultura de esta tierra.

Sacando Punta.

Últimamente ando un poco preocupado -será por la crisis en la que andamos inmersos- eso sí unos más que otros. Por el momento, soy afortunado de tener para pagar las letras del coche, la hipoteca, la guardería, y algunos vicios como la fotografía. Pero volviendo a mis preocupaciones, me estoy dando cuenta que cada vez más, la gente presta menos atención a conquistas sociales que hemos ido ganando con el paso de los años, siendo una de ellas la cultura. En esta época de crisis económica pero también moral, asistimos a una suerte de diálogo pendenciero que entiende que la cultura no es un gasto de los denominados como gastos sociales. -Será que la cultura es y se hace para mandriles o monos titís- Históricamente la cultura en este país y en esta tierra ha sido vista como un gasto, y nunca como inversión y oportunidad.
Evidentemente no reivindico aquí, que gastemos dinero público mientras existan personas que pasen hambre o carezcan de necesidades básicas, pero de ahí a recortar sin criterio ni rigor los presupuestos destinados a lo cultural va un buen trecho. Con lo mal que andan las maltrechas arcas públicas, la política cultural se atrinchera en la manida frase de: “es que no hay dinero, lo siento, ya sabes la crisis” y mientras algunos aprovechan la coyuntura para repartir el poco dinero que queda con menos rigor y más clientelismo si cabe, que nunca. Miopía, ceguera, intrigas palaciegas, y sobre todo, falta de ideas son pan nuestro de cada día. Seguro que algunos del sector conocen numerosos ejemplos por toda la geografía española, y encima asistimos en determinados centros de producción cultural pública, a la subida de sueldo de determinados personajes, haciéndolos además personal laboral fijo, y demás estrategias sibilinas, mientras congelan o disminuyen el sueldo de otros trabajadores,  cerrando las convocatorias públicas de empleo.
Esa es mi preocupación, la falta de ética de una sociedad como la nuestra, donde se instala una suerte de discurso posmodernista del todo vale, del sálvese quien pueda, del que hay de lo mío, donde los sindicatos y los partidos políticos no actúan, donde los compañeros trabajadores callan o miran para otro lado, en fin lo habitual de estos tiempos convulsos y comprometidos. Creo que Claude Levi-Strauss se equivocaba al decir que “basta frecuentemente una frase corta para derribar un poder”. Aunque suene políticamente incorrecto, habrá que “echarse al monte” y convertirse en una suerte de “maqui cultural” a lo Ramón Vila o José Castro, realizando emboscadas y guerra de guerrillas - a sabiendas que la guerra está perdida de antemano-  sobre estos cuatreros de la cultura, de pensamiento fascista camuflado con indumentaria de “progre” o vestimenta de traje y corbata de “juppie cultureta”. 
A veces me gustaría tener la lucidez de Arturo Pérez Reverte y poder emplear el lenguaje de una manera más eficaz, como un francontirador apostado en un campanario en una de esas tantas contiendas que cubrió como corresponsal de guerra y poder disparar con palabras lo que veo a diario en esta asquerosa sociedad de caprichosos y prima donnas.
Arturo dejó de ser corresponsal de guerra en parte porque vio de primera mano la condición humana, sin embargo, ahora no hace falta una guerra de los balcanes, o una invasión de Iraq, para que veamos día a día, esa condición humana al más puro estilo hobbesiano de que el hombre es un lobo para el hombre.
Señores, pasen y vean....

Confesión.

Lo reconozco, no estoy siendo muy disciplinado con este blog, aunque tengo una excusa para ello, últimamente paso las tardes y algunas noche releyendo a algunos pensadores-escritores franceses, sobre todo a Albert Camus y André Malraux. En su momento, han sido pensadores que estaban de moda, su obras se encontraban en la mesa de noche de cualquiera que tuviera un poco de inquietud intelectual. Estos “gavachos”, tan chovinistas ellos, y sin embargo nos han dejado un legado tan importante de reflexiones en torno a la cultura y a las políticas culturales que realmente abruman. En este mes de agosto, y en esta noche de calor, quiero proponer un juego.  Voy a sustituir en un texto de Albert Camus, algunas palabras del escritor que pondré entre comillas para su mejor comprensión, y que cada uno saque sus propias conclusiones.
Un sabido oriental pedía en sus plegarias que la divinidad tuviese a bien dispensarle de vivir una época interesante. En todo caso, no admite que podamos desinteresarnos de ella. “Los gestores culturales”  de hoy lo saben “y no refiero aquí al gestor cultural enchufado, asesor y demás pseudogestores culturales que pululan por ahí”. Si hablan, se les critica y se les ataca. Si por modestia, se callan, solo se les hablará de su silencio, para reprochárselo ruidosamente. En medio de tanto ruido, “el gestor cultural”, no puede ya esperar mantenerse al margen para perseguir reflexiones y las imágenes que le son gratas. Hasta ahora, para bien o para mal, la abstención siempre ha sido posible en la historia. Quien no aprobaba algo, podía callarse o habla de otra cosa. Hoy, todo ha cambiado y hasta el silencio cobra un sentido temible. A partir del momento en que hasta la abstención es considerada como una elección, castigada o elogiada por “tal o cual político”, quiera o no está embarcado. Embarcado es más preciso que comprometido. Pues para “el gestor cultural” no se trata, en efecto, de un servicio voluntario, sino de un servicio militar obligatorio “durante algunas legislaturas”. Todo “gestor cultural” esta embarcado en la galera de su tiempo. Debe resignarse a ello, aunque estime que esta galera apeste a arenque, que los comieres son demasiados generosos y que, además, sigue un rumbo equivocado. Estamos en medio del mar. “El gestor cultural”, como los demás debe remar, sin morir, si es posible, es decir, sin dejar de seguir viviendo “y proponiendo el rumbo correcto”.

Políticas Culturales Homeopáticas.

Decía André Malraux que la política es a veces como en la gramática, un error en el que todos incurren finalmente es reconocido como regla. Pues bien, desde hace muchos años hemos incurrido en un error que se ha convertido en regla, y que recientemente se ha puesto de manifiesto en varios medios de prensa en las islas a raíz de algunas de las conclusiones extraídas del documento de análisis del Plan estratégico de la cultura en Canarias, y que no es otra, que la administración pública es el principal soporte de la cultura en esta tierra. Esta afirmación, basada en el estudio de la realidad cultural canaria es del todo evidente, y por tanto, no resulta interesante, ya que es por todos conocida y que creo no necesario abrir ese debate, ya que aburre.
Con la política cultural en general nos ha pasado lo mismo que con el abuso de los antibióticos, ya no surten efecto en un cuerpo enfermo. Hemos hecho mal nuestro diagnóstico diferencial, suministrado al paciente -a través de un gasto mal planificado y una megalomanía constructiva- una ingesta masiva de grandes obras y equipamientos culturales a los que siempre van los mismos. Si observamos atentamente los públicos de los distintos espacios culturales que existen en la geografía canaria -e incluso en algunos lugares de la España peninsular- pasa lo mismo que con las consultas en los centros de salud, son las mismas caras que vienen a por su dosis de medicación. Siempre habrá alguna cara nueva, pero son simplemente enfermedades temporales, e incluso algún enfermo accidentado que va a por su parte de baja o de alta.
Ahora con el recorte presupuestario que sufre la cultura, pasaremos en algunos casos a consumir una suerte de medicamentos genéricos con el fin de ahorrar, es la excusa perfecta para decir no y ser más clientelistas si cabe, la crisis nos obliga a ahorrar y a destinar el dinero público a urgencias más necesarias, ese es el discurso. 
Que tiempos aquellos -piensan los de siempre- donde daba gusto ir a una inauguración de una exposición y hartarse de canapés, donde lo que menos que importaba era sobre quién versaba tal o cual exposición, ahora tomamos cervezas y papas fritas de paquete, aunque seguimos siendo los mismos, eso sí más ajados, decrépitos y snobs. Quizás esta situación sea más dramática en los municipios de las islas, donde se está sufriendo un cierto retraimiento de la programación cultural. Desaparecen algunos festivales, ciclos, se cierran equipamientos culturales por no poder pagar el personal, e incluso en algunos lugares los gerentes de esos espacios no tienen ni para pagar la luz.
Sin embargo -y salvo la demagogia de ciertos políticos de esta región- es posible que esta crisis no venga bien a todos. ¡Llegó el momento de la homeopatía!. La teoría de la homeopatía sostiene que los mismos síntomas que provoca una sustancia tóxica en una persona sana pueden ser curados por un remedio preparado con la misma sustancia tóxica, siguiendo el principio enunciado como similia similibus curantur. Entíendase aquí como sustancia tóxica aquellas manifestaciones culturales que nos hagan ser más críticos con la realidad que nos rodea, por tanto más autónomos y más libres. En otras palabras llegó el momento de una política cultural en pequeñas dosis, donde la sustancia tóxica tenga la suficiente calidad, rigor y planificación, que haga curar a muchos individuos enfermos que ha sufrido los ataques de un virus conocido como populismo cultural, con una sintomatología que se manifiesta a través de propuestas culturales de muy baja calidad artística y cultural, con precios muy por encima de su valor real de mercado y que no permiten la entrada de nuevos talentos. La homeopatía define la potencia de sus remedios de acuerdo al número de diluciones: cuanto más diluidos estén, más potentes se les considera. Es el momento por tanto de diluir y formular remedios más potentes para combatir una manera de hacer cultura, que se encuentra enferma, presa de malos gestores culturales de los público -me refiero sobre todo a los políticos que se encuentran al frente de muchas administraciones públicas, a muchos pseudo programadores artísticos que sólo miran por su propio ego y bolsillo-  donde los creadores y la ciudadanía tomen el mando, y aquí no me refiero a los creadores de siempre bajo la falda de los políticos de turno y a los falsos movimientos ciudadanos politizados. Es momento de ser más exigentes y solicitar verdaderos profesionales, no de médicos charlatanes atrincherados en la supuesta legitimidad que le otorgan las urnas. 
Ahora más que nunca las políticas culturales deben ser homeopáticas.

Los Aduaneros.

Llamados a ser hombres de frontera en el ámbito de la cultura, los gestores culturales se han convertido en simples aduaneros. Aunque la figura del aduanero corresponde a la frontera, no pertenece a ella, sino a su determinación administrativa, reguladora de tránsitos, concediendo o denegando el paso –a instancia de las políticas culturales impuestas por una clase política clientelar en algunos casos-, certificándolos e institucionalizándolos. El aduanero, producto de las transformaciones sufridas en la historia y evolución de las políticas culturales en este país, en ningún momento se pregunta por el sentido de dichas políticas culturales, solamente administra un presente -a través de acciones teledirigidas desde los poderes políticos- donde los creadores, artistas, públicos, ciudadanía o pseudoartistas e intermediarios cercanos al poder, no son considerados más que como objetos, que dejan pasar o retienen en virtud de las consignas políticas que siguen fielmente. De la misma manera cuando no existe una política cultural clara y concisa ejerce el aduanero de político, repitiendo el mismo comportamiento. Muchas veces el aduanero queda fascinado por los agentes del mundo de la cultura, por sus intermediarios, por las influencias y orientaciones propias o ajenas que lo alejan de poseer un criterio fiable, así cómo de su interés por mostrar a los públicos y los ciudadanos lo que él entiende como valioso -culturalmente hablando- para su territorio. Uno de los mayores pecados capitales de los gestores culturales no es convertirse en aduanero, es sucumbir a creerse ellos mismos como parte indispensable en el ámbito de la cultura y de las artes. El faranduleo y  alterne con los creadores, políticos y públicos le alejan de su misión como profesional. Quizás la falta de formación de muchos gestores culturales, la situación laboral inestable en casi la mayoría de ellos, podría llegar a ser un argumento de peso para justificar ciertos comportamientos, que creo que son injustificables. Gestores culturales aduaneros, esa es su definición en la mayoría de los casos. Recientemente he visto personas que se acercan al ámbito de la cultura y que realizan trabajos en ella, sin la más mínima formación, o con un mero postgrado en gestión cultural colgado bajo el brazo sin trayectoria profesional contrastada, ejercer de perros aduaneros para sus amos, condenado con su comportamiento a generaciones futuras que no podrán disfrutar de una cultura sana y plural. Periodistas, abogados, economistas, personal administrativo, y una pléyade de personajes que pese tener una cierta proximidad con la cultura, filólogos, licenciados en bellas artes, historia,  historia del arte, se han convertido -se autodenominan así mismo- en gestores culturales, sin oficio ni beneficio, en definitiva aduaneros que ni siquiera pueden considerarse aduaneros, son simples sabuesos obedientes y sumisos que olisquean entre las mercancías culturales para ladrar a su amo en caso de encontrar algo que atente contra sus intereses. Luego, evidentemente su amo los recompensará con cifras astronómicas traducidas en sueldos y gratificaciones, y algún que otro canapé en la rueda de prensa, inauguración o acto de rigor que ponga en valor y justifique su supuesta política cultural.