Llamados a ser hombres de frontera en el ámbito de la cultura, los gestores culturales se han convertido en simples aduaneros. Aunque la figura del aduanero corresponde a la frontera, no pertenece a ella, sino a su determinación administrativa, reguladora de tránsitos, concediendo o denegando el paso –a instancia de las políticas culturales impuestas por una clase política clientelar en algunos casos-, certificándolos e institucionalizándolos. El aduanero, producto de las transformaciones sufridas en la historia y evolución de las políticas culturales en este país, en ningún momento se pregunta por el sentido de dichas políticas culturales, solamente administra un presente -a través de acciones teledirigidas desde los poderes políticos- donde los creadores, artistas, públicos, ciudadanía o pseudoartistas e intermediarios cercanos al poder, no son considerados más que como objetos, que dejan pasar o retienen en virtud de las consignas políticas que siguen fielmente. De la misma manera cuando no existe una política cultural clara y concisa ejerce el aduanero de político, repitiendo el mismo comportamiento. Muchas veces el aduanero queda fascinado por los agentes del mundo de la cultura, por sus intermediarios, por las influencias y orientaciones propias o ajenas que lo alejan de poseer un criterio fiable, así cómo de su interés por mostrar a los públicos y los ciudadanos lo que él entiende como valioso -culturalmente hablando- para su territorio. Uno de los mayores pecados capitales de los gestores culturales no es convertirse en aduanero, es sucumbir a creerse ellos mismos como parte indispensable en el ámbito de la cultura y de las artes. El faranduleo y alterne con los creadores, políticos y públicos le alejan de su misión como profesional. Quizás la falta de formación de muchos gestores culturales, la situación laboral inestable en casi la mayoría de ellos, podría llegar a ser un argumento de peso para justificar ciertos comportamientos, que creo que son injustificables. Gestores culturales aduaneros, esa es su definición en la mayoría de los casos. Recientemente he visto personas que se acercan al ámbito de la cultura y que realizan trabajos en ella, sin la más mínima formación, o con un mero postgrado en gestión cultural colgado bajo el brazo sin trayectoria profesional contrastada, ejercer de perros aduaneros para sus amos, condenado con su comportamiento a generaciones futuras que no podrán disfrutar de una cultura sana y plural. Periodistas, abogados, economistas, personal administrativo, y una pléyade de personajes que pese tener una cierta proximidad con la cultura, filólogos, licenciados en bellas artes, historia, historia del arte, se han convertido -se autodenominan así mismo- en gestores culturales, sin oficio ni beneficio, en definitiva aduaneros que ni siquiera pueden considerarse aduaneros, son simples sabuesos obedientes y sumisos que olisquean entre las mercancías culturales para ladrar a su amo en caso de encontrar algo que atente contra sus intereses. Luego, evidentemente su amo los recompensará con cifras astronómicas traducidas en sueldos y gratificaciones, y algún que otro canapé en la rueda de prensa, inauguración o acto de rigor que ponga en valor y justifique su supuesta política cultural.
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